domingo, 8 de noviembre de 2015

El invencible soldado español. Diego García de Paredes, el "Sansón de Extremadura"

El próximo 2 de diciembre se cumplirán quinientos años del fallecimiento de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Son muchas las historias y anécdotas que se cuentan sobre el hombre que revolucionó, y modernizó, el concepto de la guerra en Europa, dejando atras las viejas tácticas medievales, centradas en la caballería, e iniciando un periodo en el que la infantería se convertiría en la pieza fundamental del ejército.
Sin embargo, y a pesar del peso histórico del Gran Capitán, el interés de este post se centra en uno de los soldados que formaron parte de sus huestes en las campañas italianas contra los franceses por el control del Reino de Nápoles. Un hombre cuya fortaleza física le valió ser llamado por sus contemporáneos el Hércules español o el Sansón de Extremadura: Diego García de Paredes.

INICIOS Y JUVENTUD
 
Diego García de Paredes y Torres nació el 30 de marzo de 1468 en Trujillo, en el seno de una familia de noble abolengo aunque venida a menos. Su padre, Sancho Ximénez de Paredes, decidió instruirlo, desde su más tierna infancia, en el manejo de las armas al tiempo que se procuró no descuidar la educación del muchacho, quien llego a aprender a leer y escribir, algo a todas luces inusual para alguien no perteneciente a la Corte o al mundo eclesiástico.
Diego García de Paredes
En su adolescencia tuvo lugar la Guerra con el Reino nazarí de Granada, cuya conquista el 2 de enero de 1492 puso fin a más de ocho siglos de presencia musulmana en la Península Ibérica. Los historiadores discrepan sobre la participación de Diego García de Paredes en la contienda final de la Reconquista, aunque hay fuentes que apuntan su participación en ella bajo las ordenes del que más tarde sería su comandante en Italia, Gonzalo Fernández de Córdoba. 
Las dudas sobre su participación surgen a raíz de una fuente que afirma que Diego no comenzó sus andanzas guerreras hasta 1496, año en el que llega a Nápoles tras el fallecimiento de su madre (su padre había fallecido en 1481).
Lo cierto es que en el mencionado año de 1496 Diego, junto a su hermano Álvaro, partió rumbo a Nápoles con la intención de alistarse en las huestes que combatían al ejército francés del rey Carlos VIII. 
Tuvo la poca fortuna que a su llegada se hallase la contienda en tregua, por lo que no había batallas donde demostrar su valía con la espada. Para poder sobrevivir, tanto Álvaro como Diego tuvieron que recurrir a tácticas más en relación con la picaresca que con la valentia. No siendo la situación propicia, deciden dejar Nápoles y marchar a Roma donde esperan cambiar su fortuna.
En la Ciudad Eterna la situación parecía similar a la vivida en Nápoles, teniendo necesidad de recurrir a la ventura de enemigos (duelos callejeros a espada)para poder llenar su estomago.

AL SERVICIO DEL PAPADO
 
Cierto día, volviendo de visitar a un pariente clérigo que residía en el Vaticano, Diego se ve sorprendido por una banda de italianos que, con las espadas desenvainadas, rodeaban al hidalgo español. Este, que se hallaba solamente armado con un trozo de hierro, no se amendrentó e inició el combante con los italianos. El lance terminó con cinco de los atacantes muertos; diez, heridos de diversa consideración; y el resto, fuera de combate. 
La fortuna quiso que el Papa Borgia (Alejandro VI) fuese testigo de como el extremeño despachó, él solo, a la banda de italianos que le había hecho frente. Alejandro, sorprendido por la exhibición de fuerza realizada por el extremeño, declara que ha sido un acto de defensa propia eximiendo a Diego de cualquier castigo por las muertes infligidas. Al contrario, fue nombrado guardaespaldas del Papa Alejandro llegando, al poco, a ser nombrado capitán de la Guardia Papal.
Alejandro y César Borgia, los primeros en "empleadores" de Diego de Paredes
Es ejerciendo en dicho cargo cuando está documentado que conoció al Gran Capitán (las evidencias antes comentadas sobre la participación de ambos en la guerra granadina son sólo especulaciones de los historiadores), con quién llegó a trabar una gran amistad de por vida. 
Una de sus primeras acciones militares tuvo lugar en la recuperación del puerto de Ostia, el cuál había caido en manos del corsario vizcaino Menaldo Guerra que combatía bajo pabellón francés. Tras ello, marchó hacía Montefiascone, la cuál tomó tras realizar un alarde de su fuerza sobrehumana (arrancó con sus manos las argollas de hierro del portón de la fortaleza, permitiendo la entrada al ejército papal).
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, buen amigo de Diego García de Paredes
Italia, en aquel entonces, era un polvorín a punto de estallar. A la interminable guerra entre franceses y españoles había que sumar la pugna que mantenían los Borgía con las distintas familias rivales. 
Diego García de Paredes, como capitán de la Guardia Papal, se unió al célebre César Borgia en su campaña contra los nobles opositores a la política papal (secretamente, tanto el Papa Alejandro como su hijo buscaban en el conflicto una forma de unificar los distintos Estados italianos bajo la dirección del Papa de Roma). El extremeño participó en la toma de Ímola (diciembre de 1499) y Forlí (enero de 1500) haciéndo, una vez más, alarde de su extraordinaria fuerza.
Las alegrías duraron poco para Diego García de Paredes. En uno de los llamados lances de honor dio muerte a un tal Cesare el Romano, oscuro personaje que, sin duda, estaba emparentado con algún miembro destacado de la Curia romana. El capitán español fue despojado de su cargo y encerrado en una de las cárceles vaticanas. 
No pudiendo soportar la humillación de verse encadenado y loco de rabia por la traición del Papa, decidió fugarse de prisión. Para ello, arrancó los grilletes de la pared y se abrió paso entre la guardia a golpe de grillete. Una vez libre, Diego se puso al servicio del Duque de Urbino en su guerra contra el Papa Alejandro. Tras el fin del conflicto, ejerció como condottiero al servicio de distinguidas familias italianas, como los Colonna.

LA FORJA DE SU LEYENDA: CEFALONIA
 
Es ejerciendo estas funciones cuando tiene conocimiento de los preparativos, por parte de los españoles, para llevar a cabo el asedio de Cefalonia, ciudad griega que los turcos habían arrebatado recientemente a la Republica de Venecia. 
Sabiendo que su amigo, el Gran Capitán, era el comandante de la expdición, Diego se alista en la hueste como simple soldado esperando poder tener la oportunidad de mostrar su valía ante los turcos.
Castillo de San Jorge, donde Diego García de Paredes llevo a cabo su proeza de combatir, en solitario, a los jenízaros
Durante el asedio, siempre en primera línea, consigue subir a las almenas gracias a un artilugio enemigo. Armado con una espada y una rodela, comenzó a infligir muertes entre sus enemigos hasta que el cansancio hizo mella en él tras tres días de lucha en solitario. Los turcos, admirando el valor de aquel soldado que se había introducido en la fortaleza sin refuerzos, decidieron apresarlo y manternelo con vida. 
Al iniciarse el asalto por parte de las fuerzas españolas, Diego García de Paredes volvió a realizar un acto que le valdrá el apodo de Sansón de Extremadura. Igual que ya hizo en Roma, arrancó las cadenas que lo mantenían preso y comenzó a destrozar enemigos a golpe de grillete, participando activamente en la toma de la fortaleza.


LA CAMPAÑA ITALIANA: EL HÉRCULES ESPAÑOL
 
Tras Cefalonia, el ejército español retornó a Sicilia. Diego, amando la vida guerrera, se puso, nuevamente, al servicio del Papa Alejandro quién había reiniciado el conflicto con los nobles de la Romaña, siendo nombrado coronel por César Borgia.
Tras el comienzo de la guerra entre Luis XII y Fernando el Católico por Nápoles, Diego García de Paredes abandona Roma y se une al ejército del Gran Capitán, participando en batallas tales como Ceriñola y Garellano (1503), míticas en la Historia militar española. Fue en Garellano donde tuvo lugar una de las acciones más asombrosas, casi legendaria, del Hércules español.
Batalla de Garellano, en la que también participó el Sansón de Extremadura
Como ya dijimos anteriormente, Diego García de Paredes y Gonzalo Fernández de Córdoba fueron grandes amigos desde los tiempos de la toma de Ostia y Montefiascone. En los preliminares de Garellano, el Gran Capitán bromeó sobre la combatividad de García de Paredes. Este, no acabando de entender la broma y herido en su orgullo guerrero, se dirigió en solitario, armado únicamente con un montante (espada larga a dos manos), hacía un puente situado sobre el río Garellano donde se batió con un contigente de franceses. Las Crónicas del Gran Capitán citan los franceses muertos ese día, por mano de Diego García de Paredes, en unos quinientos.
Terminada la guerra por el Tratado de Lyon (1504), Nápoles pasó a manos españolas quedando el Gran Capitán como virrey. Por los servicios prestados, Gonzalo hizo merced a Diego García de Paredes con el marquesado de Colonnetta, ratificado, más tarde, por Fernando el Católico al regreso del héroe invicto a la Corte castellana.
Las maquinaciones que se operaban en la Corte para desacreditar al Gran Capitán provocó la reacción de su fiel amigo. Diego retó a duelo a todo aquel que osase hablar de mala forma sobre el Gran Capitán. Conocedores de la fuerza que ostentaba el extremeño, nadie aceptó el reto; únicamente el rey Fernando recogió el guante arrojado por Diego García de Paredes, asegurando que nadie cuestionaría la lealtad del general cordobés. Los nobles no olvidarían la afrenta cometida por el soldado extremeño.

ÁFRICA E ITALIA: AL SERVICIO DEL IMPERIO
 
Finalmente, el rey revocó el marquesado que con tanto esfuerzo había ganado Diego García de Paredes en Italia, el cuál comenzó a cuestionar su lealtad al rey. Descontento con las intrigas de la Corte, en 1507 armó una carabela y estuvo ejerciendo como pirata hasta finales de 1508, año en el que se unió a la Cruzada emprendida por el Cardenal Francisco Ximénez de Cisneros para conquistar el norte de África. Obtenido el perdón del rey (se había llegado a poner precio a su cabeza por sus acciones al margen de la ley)y participó en el asedio de Orán (1509). 
Cisneros en el asedio de Orán (1509)
Entre 1509 y 1513 sirvió al emperador Maximiliano I como Maestre de Campo en su guerra contra la República de Venecia, a España nuevamente en África y como coronel en la Liga Santa promovido por el Papa Julio II.
Tras destrozar al ejército veneciano en la batalla de Vicenza (1513) no sabemos nada sobre su vida hasta 1520. En dicho año acompaña a Carlos V, admirador reconocido de las proezas militares del Sansón de Extremadura, en peregrinación a Santiago de Compostela. Con el estallido de las Comunidades, Diego permanece en su ciudad natal, Trujillo, para incorporarse al ejército en la guerra de Navarra (1521), tomando parte en la batalla de San Marcial y en el asedio de Fuenterrabía, entre otras acciones militares.
Tras el fin de la contienda se retiró, nuevamente, a su villa natal, lugar en el que permanece hasta 1529. Siendo su amor por la batalla mayor que el de una vida plácida y tranquila, sigue al César Carlos por Europa, participando, entre otras lides, en el socorro a Viena (1532), llegando a internarse en Hungría persiguiendo al ejército otomano. Carlos, en recompensa por los buenos servicios prestados, lo nombra Caballero de la Espuela Dorada.

EL FINAL DE UNA VIDA; EL INICIO DE LA LEYENDA
 
En 1533 acompaña a Carlos V a Bolonia, donde el sacro emperador romano va a conferenciar con el Papa Clemente VII sobre la convocatoria de un Concilio. Mientras pasa los días en la ciudad italiana, se entretiene de diversas maneras. Un día, mientras prácticaba un inocente juego, sufre una aparatosa caída del caballo de la cuál no se repondrá.
Lápida sepulcral de Diego García de Paredes, en la iglesia de Santa María la Mayor (Trujillo)
Falleció en Bolonia, el 15 de febrero de 1533, a los 65 años, siendo enterrado en dicha ciudad italiana. Durante su entierro, su féretro fue llevado a hombros por sus compañeros de armas. En 1545, su cuerpo fue repatriado, siendo depositado en la iglesia de Santa María la Mayor de su localidad natal, lugar en el que, a día de hoy, permanece sepultado.
La vida de Diego García de Paredes es, ante todo, una vida forjada en el campo de batalla. Las cicatrices que cubrían su cuerpo eran testigos mudos del arrojo y el valor que caracterizan al pueblo español, acostumbrado a luchar por mantenerse en pie. Finalmente, quiso Dios que su final estuviese lejos de un campo de batalla después de sobrevivir a mil batallas y otros tantos asedios. 
Hoy, su vida, com la de otros grandes e ilustres militares de la Historia, como el Cid, César, el Gran Capitán o Aníbal, se entrecruza entre la realidad y la leyenda. 

Fuentes:

miércoles, 4 de noviembre de 2015

La "purificación" franquista. Un plan para separar la Catedral de la Mezquita de Córdoba

A pocos días para que se cumplan cuarenta años de la muerte del dictador Francisco Franco, me ha parecido interesante explicar como se gestó el plan para "sacar" la Catedral de la Mezquita de Córdoba, con el fin de devolver el histórico edificio a los musulmanes. Cómo cordobés, me parece sumamente interesante tratar este tema, pues de haberse ejecutado habría cambiado, para siempre, la estética, y la historia, del monumento más emblemático de nuestra ciudad.

EL PLAN DE "PURIFICACIÓN" Y "TRASLADO"
 
El origen del plan de "purificación" tendríamos que situarlo en 1966, año en el que Faisal, rey de Arabia Saudí entre 1964 y 1975, realizó una visita oficial a España, siendo Córdoba una de las paradas programadas en la visita del rey saudí.
Visita del rey Faisal a España, junio de 1966

Cómo cualquier otro visitante que se adentre en su interior, el rey Faisal quedó maravillado con el interior del monumento hasta el punto, según dicen, de echarse a llorar de emoción. Tal fue la sensación que el templo levantó en el real visitante que ofreció a Franco 10 millones de dólares (unos 599.685.346 millones de pesetas de la época) a cambio de un permiso para que los musulmanes pudiesen rezar en el interior del templo hasta tres días a la semana.
La idea no debió caer en saco roto, pues Franco siempre quiso agradecer el apoyo recibido por las tropas musulmanas del Protectorado de Marruecos en nuestra Guerra Civil (no deja de ser curioso esta participación en la "Cruzada Nacional", nombre con el que se referían los miembros del ejército sublevado al conflicto armado). Este "agradecimiento", por parte de Franco, quedó recogido en el artículo escrito por Juan de Contreras y López de Ayala, IX Marqués de Lozoya, en el diario YA, publicado el 5 de noviembre de 1972: 
 
«...un impulso de gratitud al mundo islámico, que tan eficazmente había contribuido a la victoria, de desmontar y de trasladar la catedral gótico-renacentista de Córdoba para restituir la Mezquita a su integridad estilística y a su antiguo destino para que fuese, como lo fue en el siglo X, centro espiritual del Islam.»

Rafael Castejón y Martínez de Arizala, principal artífice del proyecto
El proyecto de "purificación", como comenzó a ser conocido el plan, contó con el apoyo de dos pesos pesados de la órbita intelectual cordobesa: el arquitecto Rafael de la Hoz Arderius (1924 - 2000)y el veterinario, historiador y erudito arabista Rafael Castejón y Martínez de Arizala (1893 - 1986). «...que concibieron un espacio abierto y fléxible, crecedero y dinámico opuesto al espacio clásico de inspiración greco-romana, que se traza siempre de una manera cerrada y se fija estáticamente en sí mismo...»; el segundo, que había ejercido de guía en la visita que realizó el monarca saudí en 1966, afirmaba la viabilidad del proyecto de "extraer" las dos catedrales cordobesas, la gótica y la renacentista, y trasladarlas a un nuevo emplazamiento. De igual forma, afirmaba que para la reparación de la Mezquita se podían emplear las columnas "ocultas" tras la mampostería cristiana.
Rafael de la Hoz
El primero se refería al proyecto como "la idea", pues creía que era deber de todos devolver el aspecto original a la Mezquita, tal y como lo habían soñado sus constructores originales
Todo parecía indicar que el proyecto saldría adelante al contar con un respaldo muy cercano al Gabinete del Régimen (José María Circada, obispo de Córdoba entre 1971 y 1978, dejó escrito en sus Memorias una conversación con de la Hoz, quién decía que el sueño de extraer la Catedral de la época de Carlos V, y dejar el templo tal y como lo encontró Fernando III tras la conquista, era tan suyo como del propio Franco).
Sin embargo, surgió un contratiempo que, como después se vio, terminó por arruinar el plan de "purificación". Y, cómo dice esa expresión coloquial de origen cervantino, con la iglesia hemos topado.
Manuel Nieto Cumplido, el canónigo que detuvo el proyecto de "purificación"
La todopoderosa Iglesia Católica del Régimen franquista mostró, desde primera hora, su oposición y rechazo a la idea de separar el monumento musulmán del templo cristiano. El adalid que el Obispado de Córdoba eligió para defender su postura fue al canónigo archivero de la Catedral de Córdoba, Manuel Nieto Cumplido. Éste aunó sus esfuerzos en conseguir que el mayor número de instituciones, e intelectuales, se agrupasen en contra de la intervención en el monumento. Tanto instituciones de primer orden, como la Real Academia de San Fernando, como personalidades de los círculos intelectuales de la ciudad, como el afamado arquitecto Félix Hernández Giménez (1889 - 1975), mostraron su público rechazo al proyecto de "purificación".
Félix Hernández rechazó apoyar la idea impulsada por Rafael Castejón
Tal fue el debate que se originó entre los distintos bandos que provocó que el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS por sus siglas en inglés), organismo dependiente de la ONU que concede el status de Patrimonio de la Humanidad, pospusiese su visita a Córdoba para evaluar la inclusión de la Mezquita-Catedral (en 1972, el Ayuntamiento de Córdoba, presidido por Antonio Alarcón Constant, había solicitado al ICOMOS la inclusión del templo como monumento internacional).
En abril de 1973 el ICOMOS realizó una reunión en Córdoba para concretar la evaluación del monumento cordobés y su inclusión en el listado de monumentos internacionales. A través de los artículos detallados sobre la intervención que había publicado en la revista Arquitectura y ABC, Rafael Castejón y Martínez de Arizala confiaba en que el organismo internacional estaría a favor de la misma. Sin embargo, y a través de su vicepresidente, Gabriel Alomar i Esteve (1910 - 1997), el ICOMOS rechazó la intervención en el monumento, alegando que tal acción podía suponer un error de enormes dimensiones, por lo que consideraba que la opción más acertada era dejar el templo tal y como estaba.
El Gobierno español dio por finalizado el debate acatando la recomendación realizada por el ICOMOS. Y en lo que respecta a lo involucrado que pudo estar Franco en el proyecto (tal y como decía de la Hoz "era su sueño"), lo cierto es que jamás lo sabremos con absoluta certeza. Lo cierto es que para cuando el plan se dio por descartado, en 1973, Franco había iniciado ya un declive, tanto físico como mental, que le llevaría a su deceso final el 20 de noviembre de 1975.

LA MEZQUITA-CATEDRAL DE LA POLÉMICA
 
Por ser un edificio único, la Mezquita-Catedral de Córdoba ha sido protagonista involuntaria de más de una polémica en cuanto al uso que se le debería dar. 
Quizás el momento que más nos gusta recordar a los cordobeses sobre la historia de nuestro monumento más universal es aquel que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XVI.
Carlos V se arrepintió al contemplar la Mezquita de Córdoba
Siendo rey Carlos I, el Cabildo catedralicio mostró su interés en levantar una nueva catedral más acorde con los gustos arquitectónicos del momento. El Cabildo de la ciudad se opuso a esta medida, defendiendo la integridad del edificio. En vista de que el conflicto entre la Iglesia y la ciudad no alcanzaba ningún acuerdo, recurrieron al rey. Carlos I, ajeno a toda esta polémica, dicto sentencia favorable al Cabildo catedralicio, el cuál inició las obras de desmontaje de las columnas que debían sustituirse para dar paso al nuevo edificio.
En su viaje a Sevilla para desposarse con Isabel de Portugal, el césar Carlos se detuvo en Córdoba. Acudió a visitar la obras que se llevaban a cabo en el templo y ahí fue cuando comprendió cuan equivocado estuvo al fallar a favor del Cabildo. A este episodio se le ha adjuntado la célebre frase que dicen que dirigió a los miembros del Cabildo catedralicio:

«Yo no sabía lo que era esto, pues no hubiese permitido que se llegase a la antigua; porque hacéis lo que puede hacerse en otras partes, y habéis deshecho lo que era singular en el mundo»

Antonio Jaén Morente propuso darle a la Mezquita un uso como museo hispano-musulmán
Nuevamente, en un tiempo más contemporáneo al nuestro, nuestra Mezquita-Catedral volvió a estar en el "ojo del huracán". Esta vez fue durante una sesión de las Cortes de la II República. En diciembre de 1931, el diputado por Melilla, Antonio Acuña Carballar, solicitó la devolución al culto musulmán de la Mezquita-Catedral como un gesto compensatorio, y de buena voluntad, por el sufrimiento que España causó a sus moradores musulmanes. Al parecer la propuesta no paso de ahí.
En 1936, el cordobés Antonio Jaén Morente, también en una sesión de las Cortes republicanas, propuso la conversión del edificio en un museo que mostrase al mundo lo mejor del mundo hispano-musulmán. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil paralizó cualquier tentativa sobre el edificio, el cuál continuó con su función de templo religioso.
A día de hoy, la Mezquita-Catedral de Córdoba es uno de los monumentos más visitados de nuestro país. Cada día, miles de turistas cruzan su entrada y quedan maravillados ante la belleza de un edificio que aúna, en su interior, lo mejor del mundo cristiano, y del musulmán, mientras permanece ajena a cualquier nueva polémica que surja sobre su figura.

Fuentes:

sábado, 31 de octubre de 2015

La espada en la roca: La Excálibur italiana de San Galgano

"HIC IACET ARTHURUS, REX QUONDAM REXQUE FUTURUS"
A todos nosotros nos son conocidos los nombres de Arturo, Merlín, Ginebra, Camelot, etc., ya que hemos crecido, sobre todo, viendo las diversas adaptaciones que se han hecho para el cine, y la televisión, sobre el mito artúrico. Hemos observado las aventuras de este grupo de caballeros idealizados que fomentaban la igualdad entre los hombres en una época donde tal derecho no era cocebido ni por la cabeza del bufón más loco del reino (la famosa Mesa Redonda evocaba esta igualdad entre los caballeros), mientras se dedicaban a buscar, uno tras otro, el perdido Grial de la Última Cena...o como Arturo consiguió su mágica espada, Excálibur.
Coronación de Arturo
Chrétien de Troyes, Wolfram von Eschenbach, Godofredo de Monmouth y Thomas Malory, entre otros, fueron autores medievales que han pasado a la posteridad por escribir sobre el mítico reino de Camelot, sobre la espada en la roca y la búsqueda del cáliz de Cristo, alcanzando dichas obras un gran renombre en un momento donde la política europea giraba en torno al concepto de la Cruzada contra los musulmanes que habían usurpado los Santos Lugares, mientras se sucedían luchas internas entre los príncipes cristianos (el concepto de Estado centralizado no comenzará a coger fuerza hasta la segunda mitad de la Baja Edad Media).
Por los estudios que se han realizado sobre el ciclo artúrico se sabe que escritores como Godofredo de Monmouth, o Chrétien de Troyes, se basaron en leyendas celtas y bretonas para construir el mágico mundo de Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda, pero la historia sobre la espada en la roca pudo haber tenido un origen más lejano que el resto de la leyenda.

LA "EJEMPLAR" VIDA DE UN SANTO
 
Galgano Guidotti, o Montesiepi, fue un caballero natural de un pueblo llamado Chiusdino, en la pronvincia toscana de Siena, que nació en torno al año 1148. Tras una vida disoluta y llena de violencia y excesos, la tradición cuenta que el Arcángel Miguel se le apareció hasta en dos ocasiones para que Galgano rectificase sobre las acciones que cometía en su vida. 
San Galgano

En la segunda de dichas apariciones, el Arcángel guió al caballero hasta Montesiepi donde tuvo una visión de Cristo y sus Apóstoles. Arrepentido por lo mundana que había sido su existencia hasta entonces, Galgano agarró con ambas manos la empuñadura de su espada y la clavó con fuerza en la roca que tenía junto a él, renunciando, con esta acción, a los placeres que la vida podía ofrecerle. Milagrosamente, la hoja de la espada penetró en la roca hasta poco antes de la empuñadura, quedando con forma de cruz, simbolizando el perdón de Dios hacía el convertido caballero.
La tradición cita que Galgano permaneció en aquel lugar, como eremita, hasta 1181, año en el que falleció a la edad de 33 años.
La historia de su conversión alcanzó límites insospechados y los lugareños, viajeros y peregrinos comenzaron a acercarse hasta Montesiepi, donde los cistercienses habían comenzado a edificar una abadía junto a la ermita donde el caballero se retiraba a orar, lugar donde había clavado su espada. Fue canonizado por el Papa Lucio III en 1185.

LA ESPADA EN LA ROCA
 
Como pudo San Galgano clavar, sin romper, su espada en la roca es un misterio; de igual forma que es imposible extraerla de la roca. Lo que si parece seguro es que tanto Godofredo de Monmouth como los demás escritores que incluyeron el suceso de la espada en la roca en su ciclo artúrico oyesen la historia del santo italiano. Para fortalecer estas afirmaciones existen varias pruebas y sugerencias que así lo atestiguan.

Espada en la roca
En primer lugar, la verenación a San Galgano. Fue un santo extremadamente popular entre los siglos XII y XIII, siendo su historia cantada por poetas y trovadores. Dada la fama alcanzada por el santo en dichos siglos no es de extrañar que Godofredo de Monmouth emplease el acto divino de clavar la espada en la piedra para "cristianizar" los actos paganos que la historia artúrica presenta, como la aparición de magos, hadas y duendes en un mundo donde la religión castigaba tales creencias.
En segundo lugar, las repetidas semejanzas entre la vida del santo y el ciclo artúrico. A la escena, de por sí semejante, de la espada en la roca, habría que sumarle el hecho de que uno de los caballeros que acompañan a Arturo recibe el nombre de Galván, o Gawayn, cuyo nombre latinizado resulta ser Galganus. Otra semejanza hace referencia a la visión que tuvo el santo en Montesiapi.
Cúpula Rotonda di Montesiepi
Una vez subió a la cima del monte vio a Cristo acompañado de los doce Apóstoles, tal y como he comentado anteriormente. Resulta curioso que el número concuerde con el de aquellos que ocupaban un sitio en la célebre Mesa Redonda (Arturo y sus doce caballeros). Paralelamente a esto, habría que señalar una última semejanza, la de la archiconocida Mesa Redonda con la Rotonda de San Galgano (la ermita donde el santo clavó su espada). Muchos han sido los que han querido ver un paralelismo entre la mítica mesa y la forma de la ermita del santo italiano, pero en mi opinión es sólo una coincidencia, ya que sigue los patrones propios del movimiento arquitectónico conocido como románico pisano.
Y en tercer lugar, la propia espada. A lo largo de los siglos bastantes personas han tratado de extraer la espada de su vaina petrea, tal y como sucede en el mito artúrico. Según la tradición, aún en vida de San Galgano ya hubo varios intentos por separar la espada de la piedra. Como cabe imaginar, el intento fue infructuoso. Al parecer tres monjes que envidiaban el que un hombre de armas, con sangre en sus manos, hubiese obtenido la bendición del manos del mismo Cristo planearon deshacerse del milagroso objeto destruyendolo. 
Manos momificadas conservadas en la Rotonda

La tradición cuenta que, por sus pecados, Dios castigó a los tres hombres: uno, se ahogó en el río; otro, fue alcanzado por un rayo; y el tercero, fue devorado por un lobo. Sobre este suceso, la Rotonda de Montesiepi mantiene expuestos los supuestos brazos momificados del monje, como advertencia para futuros agresores de la espada. A pesar de ello, hubo varios intentos más, siendo el último de ellos en 1992, cuando un idividuo rompió la empuñadura de la espada, la cuál fue reparada y protegida con una cúpula de polimetilmetacrilato. Ya fuese por mediación divina, o humana, lo cierto es que la espada permanece, tras novecientos años, clavada en la roca.
Detalle de la empuñadura

A la vista de las similitudes existentes, podriamos afirmar que la historia de San Galgano realmente sirvió como fuente de inspiración a estos autores para tratar el tema del ciclo artúrico, aunque las pruebas existentes no sean suficientemente firmes como para poder asegurarlo al cien por cien.
Lo que si se puede afirmar es que las autoridades de Siena protegen, a cal y canto, uno de sus más enigmáticos objetos históricos, imponiendo graves sanciones para aquellos energumenos que traten de alterar la conservación de la ermita y del objeto que se guarda en su interior.
Quizás, y a diferencia de la espada en la roca que sacó Arturo (destinada a ser extraída por el legítimo rey de Inglaterra), la espada de San Galgano trate de hacernos ver que el mundo puede ser un lugar mejor si tenemos fé en nuestra humanidad, renunciando a un mundo cargado de violencia.
 
Fuentes:

miércoles, 16 de septiembre de 2015

¡Napoleón, asesinado!

Hace unos días (más concretamente, el 18 de Junio) se conmemoró el 200º aniversario de la Batalla de Waterloo que, como todos ya sabemos, acabó con el sueño europeísta del Emperador Napoleón. Las noticias con los actos celebrativos y la subsiguiente recreación de la histórica batalla nos puede dar una muestra de la fuerza que la imagen de Napoleón tiene 194 años tras su muerte. Casi se podría decir que las celebraciones, por parte de británicos y sus aliados en la guerra, no son más que un reflejo del miedo que aún les inspira el Emperador.
Napoleón retratado en Sta. Helena
A raíz de estos festejos me dio por pensar que hubiera pasado si Napoleón no hubiese sido derrotado, esa tarde de Junio de 1815, en las cercanías de aquella población cuyo nombre ha quedado asociado como sinónimo de derrota entre los círculos bonapartistas. La primera respuesta que yo mismo me doy es que Santa Helena jamás hubiese entrado en la leyenda napoleónica. Aquel insano peñón que sirvió como jaula sin barrotes al mayor estratega militar que el mundo hubo conocido desde los tiempos de CayoJulio César...
Waterloo, Napoleón y Santa Helena comenzaron a ocupar todo mi pensamiento y me decidí a buscar en la red de redes cualquier noticia que estuviese relacionada con Napoleón o su cautiverio. 
Mi reacción, al leer las noticias que fui encontrando, fue de sorpresa máxima: Científicos del laboratorio ChemTox, en Illkirch (Estrasbrugo), dirigidos por el Dr. Pascal Kintz, habían descubierto que había causado el progresivo deterioro en la salud del Emperador hasta llevarlo a la muerte aquella tarde del 5 de Mayo de 1821. El equipo del Dr. Kintz había determinado que Napoleón I había muerto envenenado con un matarratas.


EL VENENO QUE VENCIÓ A UN EMPERADOR


«Vuestra enfermedad era conocida. La mía no lo es. Sucumbo»
Con estas palabras describía Napoleón su mal a Mdme. Bertrand pocos días antes de morir.
Oficialmente, el Emperador falleció como consecuencia de un cáncer de estomago. La autopsia, realizada por el doctor corso François Carlo Antommarchi (1780 - 1838) desveló que el enfermo tenía los intestino seriamente dañados y una parte del estomago también afectada por dicha dolencia. Estos datos, sumados a que el padre de Napoleón, Carlo Buonaparte, había fallecido, en 1785, a consecuencia del mismo mal cerraron el debate sobre la causa de la muerte del Emperador.
Antommarchi,
último médico de Napoleón
Durante 140 años nadie puso en duda que Napoleón había sido victima de una enfermedad, entonces poco conocida, y que hoy conocemos perfectamente. No fue hasta que Sten Forshufvud (1903 - 1985), un dentista y toxicólogo sueco, observó, tras leer las Mémories de Louis-Joseph Marchand (1791 - 1876), Primer Ayuda de Cámara de Napoleón, al cuál acompañó en su destierro de Santa Helena, que los síntomas descritos sobre la enfermedad de Napoleón coincidían con la patología propia de un envenenamiento por arsénico.
Con la ayuda del prof. Hamilton Smith, científico de la Universidadde Glasgow centrado en el estudio del arsénico, y tras lograr muestras del cabello de Napoleón, pudo dar validez a su hipotesis sobre el envenamiento al dar positivo las muestras analizadas: Los cabellos de Napoleón contenían indices elevados de arsénico.
Forshufvud publicó sus descubrimientos en la revista Nature, encontrándose con un creciente interés por parte de la comunidad científica, con la excepción de Francia que negó la tesis arrojada por el investigador sueco.
Al otro lado del Atlántico, en Montreal, Ben Weider, hombre de negocios apasionado de la historia napoleónica, también comenzó a sospechar que la versión que hasta entonces se había contado sobre la muerte de Napoleón era una farsa, una bomba de humo para ocultar una verdad, quizás, más truculenta. Enterado de los estudios realizados por Forshufvud, se decidió a profundizar en la investigación sobre la verdadera causa del fallecimiento del Emperador.
Ben Weider (1924 - 2008)
En 1963, ambos investigadores se reunieron y decidieron unir sus esfuerzos para esclarecer el misterio que se cernía sobre los acontecimientos que tuvieron lugar, por espacio de seis años, en aquella isla perdida en la inmensidad el Océano Atlántico.
Las presiones en contra de la teoría del envenenamiento que se generaron en Francia derivó en una competición, entre historiadores y medios franceses, para desacreditar a ambos investigadores. Fue tal la presión que Forshufvud abandonó la investigación, no así Weider quien, desde 1974, se alzó como el máximo defensor de la teoría de que Napoleón había sido envenenado.
Weider encargó el análisis de las muestras de cabellos al Servicio de Química-Toxicología del FBI, quienes determinaron que las pruebas obtenidas por la Universidad de Glasgow eran correctas: los cabellos presentaban antas concentraciones de arsénico.
Por espacio de más de treinta años, Francia se negó a reconocer la validez de los descubrimientos llevados a cabo por Weider sobre el arsénico. En los albores del nuevo milenio, por fin se presentó la oportunidad de convencer a los irreductibles galos.
El 4 de Mayo de 2000 Weider pudo exponer, ante el Senado francés, la teoría que avalaba el envenenamiento como causa principal en el fallecimiento de Napoleón. Si bien no convenció del todo la nueva hipótesis, si se logró un acercamiento. Weider aceptó ceder cinco mechones de la imperial testa para que fuesen sometidos a un estudio toxicológico en un laboratorio francés.
El estudio, a cargo del Dr. Kintz, determinó los mismos resultados que en las pruebas ya realizadas. Sin embargo, los detractores de la nueva teoría se negaban a darse por vencidos. En un estudio publicado en la revista Science & Vie (noviembre 2002)el laboratorio de la Prefectura de París esclarecía que la tesis del envenenamiento carecía de validez, ya que el arsénico se hallaba sobre, y no en, los imperiales cabellos.
Pascal Kintz
Dispuesto a no rendirse, el Dr. Kintz, en colaboración de la Universidad del Gran Ducado de Luxemburgo, procedió a estudiar el interior medular de los cabellos, en los cuales halló presencia de arsénico. Es más, el Dr. Kintz, dando una vuelta de tuerca a la investigación, fue capaz de aislar, e identificar, la naturaleza del tóxico: arsénico mineral, comúnmente llamado matarratas. 
La presencia de este tóxico en el corazón de la vaina capilar indica que el veneno circuló por la sangre del Emperador, tirando por tierra las teorías realizadas por los opositores a la teoría de Weider, aquellos que justificaban la presencia del arsénico como consecuencia del ambiente en el que Napoleón vivió sus últimos años en Longwood.


«MUERO PREMATURAMENTE, ASESINADO POR LA OLIGARQUÍA INGLESA Y SU SICARIO» 
                                                                          -NAPOLEÓN-


La pregunta que queda por hacerse es: ¿Quién mató a Napoleón?
En este sentido, las pruebas no pueden llegar más allá, dejando paso a la especulación y a la "teorización" sobre quién fue el autor material de la muerte del Emperador Napoleón.
Actualmente, existen tres posibles sospechosos:
Lord Liverpool
En primer lugar se hallaría el Gobierno británico de Lord Liverpool (Robert Jenkinson, II Conde de Liverpool). El Reino Unido se había comprometido a costear la manutención del Emperador exiliado y de todo su séquito, lo cuál se traducía en un coste anual de 8 millones de libras. En vista de la buena salud que hasta entonces había hecho gala Napoleón, el Gobierno de Lord Liverpool habría agilizado el viaje del Emperador de esta vida a la otra. Es conocido el odio que el Gobernador de la isla, Hudson Lowe, sentía por el Emperador francés (un odio reciproco, que Napoleón no se molestaba en disimular), por lo que podrían haber suministrado el veneno con el consentimiento del mencionado carcelero. Fuese, o no, responsable el Gobierno británico de la muerte de Napoleón, lo cierto es que su desaparición aligeró la carga económica que debía realizar el Estado, ya que al morir el Emperador dejaba de costear a aquella minicorte francesa en territorio británico. Por otro lado, resulta ilógico que Reino Unido se librase de aquel que había mantenido en jaque a las grandes naciones europeas, ya que en un inesperado giro en la política internacional hubiesen podido emplear al Emperador francés en alguna de las operaciones, tanto diplomáticas como militares. Aunque conociendo el caracter de los británicos dudo mucho que hubiesen recurrido a Napoleón.
Hudson Lowe,
el "carcelero" de Napoleón

El grupo que aparece como segundos sospechosos del magnicidio son los Borbones franceses. 
La histórica familia real francesa había logrado, tras 22 años, recuperar el trono francés en la persona de Luis XVIII, hermano del guillotinado Luis XVI. A pesar de las diferencias irreversibles de moderados y ultracatólicos (dos de las ramas políticas del nuevo régimen francés), ambos bandos tenían un enemigo común: Napoleón. El miedo latente entre la clase dirigente francesa a un nuevo escape, como el que ya protagonizó en Elba, pudo dar paso a la determinante idea de acabar con su vida. 
Luis XVIII
El tercer sospechoso (quizás, sobre el que recaen todas las sospechas) formaba parte del propio séquito del Emperador en Santa Helena, donde realizaba distintas tareas, siendo la más importante la de servir de secretario al Emperador en el dictado de sus Memorias. Su nombre: Charles-Tristan, Conde de Montholon (1783 - 1853). Los motivos que empujan a los investigadores a suponer que Montholon fue el autor principal de suministrarle el veneno a Napoleón parte de dos posibles hipótesis. La primera, estaría relacionada con un lío de faldas. Montholon había seguido a Napoleón hasta Santa Helena acompañado por su esposa, Albine de Montholon (1779 - 1848). Las malas lenguas y chismorreos que dieron lugar a raíz del nacimiento de Hélène, cuarta hija de Albine con Montholon, el 18 de Junio de 1816 en Santa Helena, comentaban que la recién nacida era, en realidad, fruto de los amoríos de Albine con el Emperador. Esta teoría apunta a que el Conde de Montholon, conocedor de la aventura de su esposa con el Emperador, envenenó a Napoleón mezclando el arsénico en las botellas de vino destinadas al consumo personal de Napoleón, que el propio Montholon se encargaba de embotellar.
Charles-Tristan de Montholon
La otra teoría sostiene que fue un móvil puramente económico. Montholon aparecía como albacea testamentario del Emperador, el cuál le legaba una sustanciosa cantidad económica en premio a sus servicios para con él. Decidido a no esperar demasiado a cobrar lo que el Emperador le legaba, procedió a acelerar el deterioro físico de Napoleón, a quién ya de por sí el aire insaluble de Longwood no le hacía ningún bien.
Sea como fuere, Napoleón fallecía a las 17:48 h. del 5 de Mayo de 1821, a los a los 51 años, oficialmente víctima de un cáncer de estomago.
Hoy por hoy, prácticamente dos siglos después de los sucesos, resulta casi imposible determinar quién se hallaba tras la mano que suministró el veneno al Emperador. Lo realmente importante es que, nuevamente, la ciencia confirma lo que comenzó como una conjetura. Lo realmente llamativo es la poca divulgación que se ha dado a esta noticia dentro del mundo de la investigación histórica, científica y forense.
Que Napoleón fue asesinado, es un hecho contundente. Lo que me parece una vergüenza es que, a día de hoy, se siga enseñando en las clases de Historia Contemporánea que Napoleón murió a causa de un cáncer. Resulta ilógico, incluso cómico, pensar que existe gente que aún trate de desacreditar esta versión, tachándola de falsa cuando existen una serie de pruebas científicas, realizadas con modernos equipos, que la respaldan.
Confío en que más pronto que tarde se llegue a un entendimiento común y se le haga, por fin, justicia al Emperador Napoleón.

Fuentes:
El envenenamiento de Napoleón
Napoleón fue asesinado
Exposición crónica al arsénico
El Conde François de Candé-Montholon
Charles-Tristan de Montholon
Albine de Montholon
Hélène Napoleone Bonaparte
Charles de Montholon: Napoleon's murderer or devoted Bonapartist?
La muerte de Napoleón