miércoles, 16 de septiembre de 2015

¡Napoleón, asesinado!

Hace unos días (más concretamente, el 18 de Junio) se conmemoró el 200º aniversario de la Batalla de Waterloo que, como todos ya sabemos, acabó con el sueño europeísta del Emperador Napoleón. Las noticias con los actos celebrativos y la subsiguiente recreación de la histórica batalla nos puede dar una muestra de la fuerza que la imagen de Napoleón tiene 194 años tras su muerte. Casi se podría decir que las celebraciones, por parte de británicos y sus aliados en la guerra, no son más que un reflejo del miedo que aún les inspira el Emperador.
Napoleón retratado en Sta. Helena
A raíz de estos festejos me dio por pensar que hubiera pasado si Napoleón no hubiese sido derrotado, esa tarde de Junio de 1815, en las cercanías de aquella población cuyo nombre ha quedado asociado como sinónimo de derrota entre los círculos bonapartistas. La primera respuesta que yo mismo me doy es que Santa Helena jamás hubiese entrado en la leyenda napoleónica. Aquel insano peñón que sirvió como jaula sin barrotes al mayor estratega militar que el mundo hubo conocido desde los tiempos de CayoJulio César...
Waterloo, Napoleón y Santa Helena comenzaron a ocupar todo mi pensamiento y me decidí a buscar en la red de redes cualquier noticia que estuviese relacionada con Napoleón o su cautiverio. 
Mi reacción, al leer las noticias que fui encontrando, fue de sorpresa máxima: Científicos del laboratorio ChemTox, en Illkirch (Estrasbrugo), dirigidos por el Dr. Pascal Kintz, habían descubierto que había causado el progresivo deterioro en la salud del Emperador hasta llevarlo a la muerte aquella tarde del 5 de Mayo de 1821. El equipo del Dr. Kintz había determinado que Napoleón I había muerto envenenado con un matarratas.


EL VENENO QUE VENCIÓ A UN EMPERADOR


«Vuestra enfermedad era conocida. La mía no lo es. Sucumbo»
Con estas palabras describía Napoleón su mal a Mdme. Bertrand pocos días antes de morir.
Oficialmente, el Emperador falleció como consecuencia de un cáncer de estomago. La autopsia, realizada por el doctor corso François Carlo Antommarchi (1780 - 1838) desveló que el enfermo tenía los intestino seriamente dañados y una parte del estomago también afectada por dicha dolencia. Estos datos, sumados a que el padre de Napoleón, Carlo Buonaparte, había fallecido, en 1785, a consecuencia del mismo mal cerraron el debate sobre la causa de la muerte del Emperador.
Antommarchi,
último médico de Napoleón
Durante 140 años nadie puso en duda que Napoleón había sido victima de una enfermedad, entonces poco conocida, y que hoy conocemos perfectamente. No fue hasta que Sten Forshufvud (1903 - 1985), un dentista y toxicólogo sueco, observó, tras leer las Mémories de Louis-Joseph Marchand (1791 - 1876), Primer Ayuda de Cámara de Napoleón, al cuál acompañó en su destierro de Santa Helena, que los síntomas descritos sobre la enfermedad de Napoleón coincidían con la patología propia de un envenenamiento por arsénico.
Con la ayuda del prof. Hamilton Smith, científico de la Universidadde Glasgow centrado en el estudio del arsénico, y tras lograr muestras del cabello de Napoleón, pudo dar validez a su hipotesis sobre el envenamiento al dar positivo las muestras analizadas: Los cabellos de Napoleón contenían indices elevados de arsénico.
Forshufvud publicó sus descubrimientos en la revista Nature, encontrándose con un creciente interés por parte de la comunidad científica, con la excepción de Francia que negó la tesis arrojada por el investigador sueco.
Al otro lado del Atlántico, en Montreal, Ben Weider, hombre de negocios apasionado de la historia napoleónica, también comenzó a sospechar que la versión que hasta entonces se había contado sobre la muerte de Napoleón era una farsa, una bomba de humo para ocultar una verdad, quizás, más truculenta. Enterado de los estudios realizados por Forshufvud, se decidió a profundizar en la investigación sobre la verdadera causa del fallecimiento del Emperador.
Ben Weider (1924 - 2008)
En 1963, ambos investigadores se reunieron y decidieron unir sus esfuerzos para esclarecer el misterio que se cernía sobre los acontecimientos que tuvieron lugar, por espacio de seis años, en aquella isla perdida en la inmensidad el Océano Atlántico.
Las presiones en contra de la teoría del envenenamiento que se generaron en Francia derivó en una competición, entre historiadores y medios franceses, para desacreditar a ambos investigadores. Fue tal la presión que Forshufvud abandonó la investigación, no así Weider quien, desde 1974, se alzó como el máximo defensor de la teoría de que Napoleón había sido envenenado.
Weider encargó el análisis de las muestras de cabellos al Servicio de Química-Toxicología del FBI, quienes determinaron que las pruebas obtenidas por la Universidad de Glasgow eran correctas: los cabellos presentaban antas concentraciones de arsénico.
Por espacio de más de treinta años, Francia se negó a reconocer la validez de los descubrimientos llevados a cabo por Weider sobre el arsénico. En los albores del nuevo milenio, por fin se presentó la oportunidad de convencer a los irreductibles galos.
El 4 de Mayo de 2000 Weider pudo exponer, ante el Senado francés, la teoría que avalaba el envenenamiento como causa principal en el fallecimiento de Napoleón. Si bien no convenció del todo la nueva hipótesis, si se logró un acercamiento. Weider aceptó ceder cinco mechones de la imperial testa para que fuesen sometidos a un estudio toxicológico en un laboratorio francés.
El estudio, a cargo del Dr. Kintz, determinó los mismos resultados que en las pruebas ya realizadas. Sin embargo, los detractores de la nueva teoría se negaban a darse por vencidos. En un estudio publicado en la revista Science & Vie (noviembre 2002)el laboratorio de la Prefectura de París esclarecía que la tesis del envenenamiento carecía de validez, ya que el arsénico se hallaba sobre, y no en, los imperiales cabellos.
Pascal Kintz
Dispuesto a no rendirse, el Dr. Kintz, en colaboración de la Universidad del Gran Ducado de Luxemburgo, procedió a estudiar el interior medular de los cabellos, en los cuales halló presencia de arsénico. Es más, el Dr. Kintz, dando una vuelta de tuerca a la investigación, fue capaz de aislar, e identificar, la naturaleza del tóxico: arsénico mineral, comúnmente llamado matarratas. 
La presencia de este tóxico en el corazón de la vaina capilar indica que el veneno circuló por la sangre del Emperador, tirando por tierra las teorías realizadas por los opositores a la teoría de Weider, aquellos que justificaban la presencia del arsénico como consecuencia del ambiente en el que Napoleón vivió sus últimos años en Longwood.


«MUERO PREMATURAMENTE, ASESINADO POR LA OLIGARQUÍA INGLESA Y SU SICARIO» 
                                                                          -NAPOLEÓN-


La pregunta que queda por hacerse es: ¿Quién mató a Napoleón?
En este sentido, las pruebas no pueden llegar más allá, dejando paso a la especulación y a la "teorización" sobre quién fue el autor material de la muerte del Emperador Napoleón.
Actualmente, existen tres posibles sospechosos:
Lord Liverpool
En primer lugar se hallaría el Gobierno británico de Lord Liverpool (Robert Jenkinson, II Conde de Liverpool). El Reino Unido se había comprometido a costear la manutención del Emperador exiliado y de todo su séquito, lo cuál se traducía en un coste anual de 8 millones de libras. En vista de la buena salud que hasta entonces había hecho gala Napoleón, el Gobierno de Lord Liverpool habría agilizado el viaje del Emperador de esta vida a la otra. Es conocido el odio que el Gobernador de la isla, Hudson Lowe, sentía por el Emperador francés (un odio reciproco, que Napoleón no se molestaba en disimular), por lo que podrían haber suministrado el veneno con el consentimiento del mencionado carcelero. Fuese, o no, responsable el Gobierno británico de la muerte de Napoleón, lo cierto es que su desaparición aligeró la carga económica que debía realizar el Estado, ya que al morir el Emperador dejaba de costear a aquella minicorte francesa en territorio británico. Por otro lado, resulta ilógico que Reino Unido se librase de aquel que había mantenido en jaque a las grandes naciones europeas, ya que en un inesperado giro en la política internacional hubiesen podido emplear al Emperador francés en alguna de las operaciones, tanto diplomáticas como militares. Aunque conociendo el caracter de los británicos dudo mucho que hubiesen recurrido a Napoleón.
Hudson Lowe,
el "carcelero" de Napoleón

El grupo que aparece como segundos sospechosos del magnicidio son los Borbones franceses. 
La histórica familia real francesa había logrado, tras 22 años, recuperar el trono francés en la persona de Luis XVIII, hermano del guillotinado Luis XVI. A pesar de las diferencias irreversibles de moderados y ultracatólicos (dos de las ramas políticas del nuevo régimen francés), ambos bandos tenían un enemigo común: Napoleón. El miedo latente entre la clase dirigente francesa a un nuevo escape, como el que ya protagonizó en Elba, pudo dar paso a la determinante idea de acabar con su vida. 
Luis XVIII
El tercer sospechoso (quizás, sobre el que recaen todas las sospechas) formaba parte del propio séquito del Emperador en Santa Helena, donde realizaba distintas tareas, siendo la más importante la de servir de secretario al Emperador en el dictado de sus Memorias. Su nombre: Charles-Tristan, Conde de Montholon (1783 - 1853). Los motivos que empujan a los investigadores a suponer que Montholon fue el autor principal de suministrarle el veneno a Napoleón parte de dos posibles hipótesis. La primera, estaría relacionada con un lío de faldas. Montholon había seguido a Napoleón hasta Santa Helena acompañado por su esposa, Albine de Montholon (1779 - 1848). Las malas lenguas y chismorreos que dieron lugar a raíz del nacimiento de Hélène, cuarta hija de Albine con Montholon, el 18 de Junio de 1816 en Santa Helena, comentaban que la recién nacida era, en realidad, fruto de los amoríos de Albine con el Emperador. Esta teoría apunta a que el Conde de Montholon, conocedor de la aventura de su esposa con el Emperador, envenenó a Napoleón mezclando el arsénico en las botellas de vino destinadas al consumo personal de Napoleón, que el propio Montholon se encargaba de embotellar.
Charles-Tristan de Montholon
La otra teoría sostiene que fue un móvil puramente económico. Montholon aparecía como albacea testamentario del Emperador, el cuál le legaba una sustanciosa cantidad económica en premio a sus servicios para con él. Decidido a no esperar demasiado a cobrar lo que el Emperador le legaba, procedió a acelerar el deterioro físico de Napoleón, a quién ya de por sí el aire insaluble de Longwood no le hacía ningún bien.
Sea como fuere, Napoleón fallecía a las 17:48 h. del 5 de Mayo de 1821, a los a los 51 años, oficialmente víctima de un cáncer de estomago.
Hoy por hoy, prácticamente dos siglos después de los sucesos, resulta casi imposible determinar quién se hallaba tras la mano que suministró el veneno al Emperador. Lo realmente importante es que, nuevamente, la ciencia confirma lo que comenzó como una conjetura. Lo realmente llamativo es la poca divulgación que se ha dado a esta noticia dentro del mundo de la investigación histórica, científica y forense.
Que Napoleón fue asesinado, es un hecho contundente. Lo que me parece una vergüenza es que, a día de hoy, se siga enseñando en las clases de Historia Contemporánea que Napoleón murió a causa de un cáncer. Resulta ilógico, incluso cómico, pensar que existe gente que aún trate de desacreditar esta versión, tachándola de falsa cuando existen una serie de pruebas científicas, realizadas con modernos equipos, que la respaldan.
Confío en que más pronto que tarde se llegue a un entendimiento común y se le haga, por fin, justicia al Emperador Napoleón.

Fuentes:
El envenenamiento de Napoleón
Napoleón fue asesinado
Exposición crónica al arsénico
El Conde François de Candé-Montholon
Charles-Tristan de Montholon
Albine de Montholon
Hélène Napoleone Bonaparte
Charles de Montholon: Napoleon's murderer or devoted Bonapartist?
La muerte de Napoleón

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