domingo, 8 de noviembre de 2015

El invencible soldado español. Diego García de Paredes, el "Sansón de Extremadura"

El próximo 2 de diciembre se cumplirán quinientos años del fallecimiento de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Son muchas las historias y anécdotas que se cuentan sobre el hombre que revolucionó, y modernizó, el concepto de la guerra en Europa, dejando atras las viejas tácticas medievales, centradas en la caballería, e iniciando un periodo en el que la infantería se convertiría en la pieza fundamental del ejército.
Sin embargo, y a pesar del peso histórico del Gran Capitán, el interés de este post se centra en uno de los soldados que formaron parte de sus huestes en las campañas italianas contra los franceses por el control del Reino de Nápoles. Un hombre cuya fortaleza física le valió ser llamado por sus contemporáneos el Hércules español o el Sansón de Extremadura: Diego García de Paredes.

INICIOS Y JUVENTUD
 
Diego García de Paredes y Torres nació el 30 de marzo de 1468 en Trujillo, en el seno de una familia de noble abolengo aunque venida a menos. Su padre, Sancho Ximénez de Paredes, decidió instruirlo, desde su más tierna infancia, en el manejo de las armas al tiempo que se procuró no descuidar la educación del muchacho, quien llego a aprender a leer y escribir, algo a todas luces inusual para alguien no perteneciente a la Corte o al mundo eclesiástico.
Diego García de Paredes
En su adolescencia tuvo lugar la Guerra con el Reino nazarí de Granada, cuya conquista el 2 de enero de 1492 puso fin a más de ocho siglos de presencia musulmana en la Península Ibérica. Los historiadores discrepan sobre la participación de Diego García de Paredes en la contienda final de la Reconquista, aunque hay fuentes que apuntan su participación en ella bajo las ordenes del que más tarde sería su comandante en Italia, Gonzalo Fernández de Córdoba. 
Las dudas sobre su participación surgen a raíz de una fuente que afirma que Diego no comenzó sus andanzas guerreras hasta 1496, año en el que llega a Nápoles tras el fallecimiento de su madre (su padre había fallecido en 1481).
Lo cierto es que en el mencionado año de 1496 Diego, junto a su hermano Álvaro, partió rumbo a Nápoles con la intención de alistarse en las huestes que combatían al ejército francés del rey Carlos VIII. 
Tuvo la poca fortuna que a su llegada se hallase la contienda en tregua, por lo que no había batallas donde demostrar su valía con la espada. Para poder sobrevivir, tanto Álvaro como Diego tuvieron que recurrir a tácticas más en relación con la picaresca que con la valentia. No siendo la situación propicia, deciden dejar Nápoles y marchar a Roma donde esperan cambiar su fortuna.
En la Ciudad Eterna la situación parecía similar a la vivida en Nápoles, teniendo necesidad de recurrir a la ventura de enemigos (duelos callejeros a espada)para poder llenar su estomago.

AL SERVICIO DEL PAPADO
 
Cierto día, volviendo de visitar a un pariente clérigo que residía en el Vaticano, Diego se ve sorprendido por una banda de italianos que, con las espadas desenvainadas, rodeaban al hidalgo español. Este, que se hallaba solamente armado con un trozo de hierro, no se amendrentó e inició el combante con los italianos. El lance terminó con cinco de los atacantes muertos; diez, heridos de diversa consideración; y el resto, fuera de combate. 
La fortuna quiso que el Papa Borgia (Alejandro VI) fuese testigo de como el extremeño despachó, él solo, a la banda de italianos que le había hecho frente. Alejandro, sorprendido por la exhibición de fuerza realizada por el extremeño, declara que ha sido un acto de defensa propia eximiendo a Diego de cualquier castigo por las muertes infligidas. Al contrario, fue nombrado guardaespaldas del Papa Alejandro llegando, al poco, a ser nombrado capitán de la Guardia Papal.
Alejandro y César Borgia, los primeros en "empleadores" de Diego de Paredes
Es ejerciendo en dicho cargo cuando está documentado que conoció al Gran Capitán (las evidencias antes comentadas sobre la participación de ambos en la guerra granadina son sólo especulaciones de los historiadores), con quién llegó a trabar una gran amistad de por vida. 
Una de sus primeras acciones militares tuvo lugar en la recuperación del puerto de Ostia, el cuál había caido en manos del corsario vizcaino Menaldo Guerra que combatía bajo pabellón francés. Tras ello, marchó hacía Montefiascone, la cuál tomó tras realizar un alarde de su fuerza sobrehumana (arrancó con sus manos las argollas de hierro del portón de la fortaleza, permitiendo la entrada al ejército papal).
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, buen amigo de Diego García de Paredes
Italia, en aquel entonces, era un polvorín a punto de estallar. A la interminable guerra entre franceses y españoles había que sumar la pugna que mantenían los Borgía con las distintas familias rivales. 
Diego García de Paredes, como capitán de la Guardia Papal, se unió al célebre César Borgia en su campaña contra los nobles opositores a la política papal (secretamente, tanto el Papa Alejandro como su hijo buscaban en el conflicto una forma de unificar los distintos Estados italianos bajo la dirección del Papa de Roma). El extremeño participó en la toma de Ímola (diciembre de 1499) y Forlí (enero de 1500) haciéndo, una vez más, alarde de su extraordinaria fuerza.
Las alegrías duraron poco para Diego García de Paredes. En uno de los llamados lances de honor dio muerte a un tal Cesare el Romano, oscuro personaje que, sin duda, estaba emparentado con algún miembro destacado de la Curia romana. El capitán español fue despojado de su cargo y encerrado en una de las cárceles vaticanas. 
No pudiendo soportar la humillación de verse encadenado y loco de rabia por la traición del Papa, decidió fugarse de prisión. Para ello, arrancó los grilletes de la pared y se abrió paso entre la guardia a golpe de grillete. Una vez libre, Diego se puso al servicio del Duque de Urbino en su guerra contra el Papa Alejandro. Tras el fin del conflicto, ejerció como condottiero al servicio de distinguidas familias italianas, como los Colonna.

LA FORJA DE SU LEYENDA: CEFALONIA
 
Es ejerciendo estas funciones cuando tiene conocimiento de los preparativos, por parte de los españoles, para llevar a cabo el asedio de Cefalonia, ciudad griega que los turcos habían arrebatado recientemente a la Republica de Venecia. 
Sabiendo que su amigo, el Gran Capitán, era el comandante de la expdición, Diego se alista en la hueste como simple soldado esperando poder tener la oportunidad de mostrar su valía ante los turcos.
Castillo de San Jorge, donde Diego García de Paredes llevo a cabo su proeza de combatir, en solitario, a los jenízaros
Durante el asedio, siempre en primera línea, consigue subir a las almenas gracias a un artilugio enemigo. Armado con una espada y una rodela, comenzó a infligir muertes entre sus enemigos hasta que el cansancio hizo mella en él tras tres días de lucha en solitario. Los turcos, admirando el valor de aquel soldado que se había introducido en la fortaleza sin refuerzos, decidieron apresarlo y manternelo con vida. 
Al iniciarse el asalto por parte de las fuerzas españolas, Diego García de Paredes volvió a realizar un acto que le valdrá el apodo de Sansón de Extremadura. Igual que ya hizo en Roma, arrancó las cadenas que lo mantenían preso y comenzó a destrozar enemigos a golpe de grillete, participando activamente en la toma de la fortaleza.


LA CAMPAÑA ITALIANA: EL HÉRCULES ESPAÑOL
 
Tras Cefalonia, el ejército español retornó a Sicilia. Diego, amando la vida guerrera, se puso, nuevamente, al servicio del Papa Alejandro quién había reiniciado el conflicto con los nobles de la Romaña, siendo nombrado coronel por César Borgia.
Tras el comienzo de la guerra entre Luis XII y Fernando el Católico por Nápoles, Diego García de Paredes abandona Roma y se une al ejército del Gran Capitán, participando en batallas tales como Ceriñola y Garellano (1503), míticas en la Historia militar española. Fue en Garellano donde tuvo lugar una de las acciones más asombrosas, casi legendaria, del Hércules español.
Batalla de Garellano, en la que también participó el Sansón de Extremadura
Como ya dijimos anteriormente, Diego García de Paredes y Gonzalo Fernández de Córdoba fueron grandes amigos desde los tiempos de la toma de Ostia y Montefiascone. En los preliminares de Garellano, el Gran Capitán bromeó sobre la combatividad de García de Paredes. Este, no acabando de entender la broma y herido en su orgullo guerrero, se dirigió en solitario, armado únicamente con un montante (espada larga a dos manos), hacía un puente situado sobre el río Garellano donde se batió con un contigente de franceses. Las Crónicas del Gran Capitán citan los franceses muertos ese día, por mano de Diego García de Paredes, en unos quinientos.
Terminada la guerra por el Tratado de Lyon (1504), Nápoles pasó a manos españolas quedando el Gran Capitán como virrey. Por los servicios prestados, Gonzalo hizo merced a Diego García de Paredes con el marquesado de Colonnetta, ratificado, más tarde, por Fernando el Católico al regreso del héroe invicto a la Corte castellana.
Las maquinaciones que se operaban en la Corte para desacreditar al Gran Capitán provocó la reacción de su fiel amigo. Diego retó a duelo a todo aquel que osase hablar de mala forma sobre el Gran Capitán. Conocedores de la fuerza que ostentaba el extremeño, nadie aceptó el reto; únicamente el rey Fernando recogió el guante arrojado por Diego García de Paredes, asegurando que nadie cuestionaría la lealtad del general cordobés. Los nobles no olvidarían la afrenta cometida por el soldado extremeño.

ÁFRICA E ITALIA: AL SERVICIO DEL IMPERIO
 
Finalmente, el rey revocó el marquesado que con tanto esfuerzo había ganado Diego García de Paredes en Italia, el cuál comenzó a cuestionar su lealtad al rey. Descontento con las intrigas de la Corte, en 1507 armó una carabela y estuvo ejerciendo como pirata hasta finales de 1508, año en el que se unió a la Cruzada emprendida por el Cardenal Francisco Ximénez de Cisneros para conquistar el norte de África. Obtenido el perdón del rey (se había llegado a poner precio a su cabeza por sus acciones al margen de la ley)y participó en el asedio de Orán (1509). 
Cisneros en el asedio de Orán (1509)
Entre 1509 y 1513 sirvió al emperador Maximiliano I como Maestre de Campo en su guerra contra la República de Venecia, a España nuevamente en África y como coronel en la Liga Santa promovido por el Papa Julio II.
Tras destrozar al ejército veneciano en la batalla de Vicenza (1513) no sabemos nada sobre su vida hasta 1520. En dicho año acompaña a Carlos V, admirador reconocido de las proezas militares del Sansón de Extremadura, en peregrinación a Santiago de Compostela. Con el estallido de las Comunidades, Diego permanece en su ciudad natal, Trujillo, para incorporarse al ejército en la guerra de Navarra (1521), tomando parte en la batalla de San Marcial y en el asedio de Fuenterrabía, entre otras acciones militares.
Tras el fin de la contienda se retiró, nuevamente, a su villa natal, lugar en el que permanece hasta 1529. Siendo su amor por la batalla mayor que el de una vida plácida y tranquila, sigue al César Carlos por Europa, participando, entre otras lides, en el socorro a Viena (1532), llegando a internarse en Hungría persiguiendo al ejército otomano. Carlos, en recompensa por los buenos servicios prestados, lo nombra Caballero de la Espuela Dorada.

EL FINAL DE UNA VIDA; EL INICIO DE LA LEYENDA
 
En 1533 acompaña a Carlos V a Bolonia, donde el sacro emperador romano va a conferenciar con el Papa Clemente VII sobre la convocatoria de un Concilio. Mientras pasa los días en la ciudad italiana, se entretiene de diversas maneras. Un día, mientras prácticaba un inocente juego, sufre una aparatosa caída del caballo de la cuál no se repondrá.
Lápida sepulcral de Diego García de Paredes, en la iglesia de Santa María la Mayor (Trujillo)
Falleció en Bolonia, el 15 de febrero de 1533, a los 65 años, siendo enterrado en dicha ciudad italiana. Durante su entierro, su féretro fue llevado a hombros por sus compañeros de armas. En 1545, su cuerpo fue repatriado, siendo depositado en la iglesia de Santa María la Mayor de su localidad natal, lugar en el que, a día de hoy, permanece sepultado.
La vida de Diego García de Paredes es, ante todo, una vida forjada en el campo de batalla. Las cicatrices que cubrían su cuerpo eran testigos mudos del arrojo y el valor que caracterizan al pueblo español, acostumbrado a luchar por mantenerse en pie. Finalmente, quiso Dios que su final estuviese lejos de un campo de batalla después de sobrevivir a mil batallas y otros tantos asedios. 
Hoy, su vida, com la de otros grandes e ilustres militares de la Historia, como el Cid, César, el Gran Capitán o Aníbal, se entrecruza entre la realidad y la leyenda. 

Fuentes:

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